Ellas

Génova son dos.

Para llegar a ella se toma temprano el tren.

6:28 -9:58 am. Puntual.

8:15 el Regional desayuna: el de al lado una galleta, la de enfrente un pan baguette. Agua.

El vagón se apesta, suda y se complica aún más: comienzan los dialectos.

De inmediato uno se sabe en otra tierra. El puerto recibe a los visitantes con una brisa que sonríe mostrando otra Italia. La Italia Norte de mar, la bronceada, la “todavía hasta ahí es alegre”. Y en parte, así es.

El Liguria: belleza europea se presenta delante a los pies, el mar azul profundo se alcanza de inmediato. Las piedras la delatan: frialdad es en lo que uno se sumerge entre cuerpos tatuados y de espinosas bocas.

-Vámonos. Dice mi amiga. –Esta gente está muy tamarra.

Entonces te muestran La otra puerta. Y uno pasa sin saber bien a qué va.

-Vivo en un lugar muy representativo. En el centro histórico.

Hasta ahí, el turista es ingenuo. Y lo tercero que dice la amiga es:

-Ah y por cierto, en Génova no hay turistas.

Es verdad.

“Deep in the maze of the gritty old town, beauty and the beast sit side by side in streets that glimmer like a film noir movie set.”

Se lee en la guía que llevo y que decido ni siquiera mostrar.

Aunque de nombre generoso Genoa Puerta, aunque generosa entregó a Europa América, aunque generosa recibe con gran brisa, Génova es ola que te acoge, saborea y escupe.

O te mantiene medio vivo bajo un yugo de humedad malsana.

Edificios monstruosos. Modernos monstruosos. Voluptuosos cimientos de edificios monstruosos son punta de iceberg de la Génova que no se muestra en el libro. Pacientes construcciones que cuidan sus laberínticos corales; los filosos Vicoli por los que no entra el sol: estalagmitas que deshuesan barcos bajo un histórico mar.

I Vicoli, las callecitas donde viven las putas, los inmigrantes, los olores. Y la amiga.

Evidentemente no iba a hacerla de turista.

Iba a ver la cara de las dos Génovas y de las dos “Val”

-Val, conté cincuenta escalones hasta tu depa.

-¡Sí! Acá así es.

Dice la amiga entre apenada y contenta y feliz por al fin vernos; vive en un tercer piso.

“Val” “La Val” Valeria vino a Italia por segunda vez a estudiar periodismo pero en realidad canta en una banda de inmigrantes. La amiga que hace ilustraciones, transcripciones y cursos de dibujo acabó confesando a sus padres que no le interesa la Universidad.

Sin discusiones. Ella hace bien, le sienta bien y está contenta.

Me costó día y medio aceptar: la Valeria géminis, la Valeria dos Valerias, la Valeria que vino a estudiar, la que desertó y prefirió aprender a vivir. La Valeria segura y la Valeria insegura. La que escucha pero que con tanta palabra no escucha silencios. La Valeria al fin y al cabo, valiente. Las dos, con V.

Las dos Génovas, la rica, bien vestida y decente que se pasea en yates y actúa en la tele, la Génova pobre y prostituta que de día o de noche se mea en sus estrechísimos pasillos. A la voluptuosa o a la famélica no le importa que vestida o desnuda se le observe, se le ignore o se le tome fotos.

La Génova en la que de día es Nueva York es la misma en la que de noche desembarca más de África. La Génova de la gran gastronomía es la travesti que de su mano te da de comer, la Génova que viste de oro es la misma que mendiga menos de un euro.

Con Génova no se juega

porque es la puta más grande

la más rica

la que te engaña mejor

Sería el cántico de los que se les reconoce marineros por sus tatuajes borrosos y despiertan tirados en las calles en plena luz de día.

Al día siguiente cuando por fin te vas, desde el tren te despide sonriente con un beso, te guiña el ojo y le pagas aceptando que su sonrisa de mar del Norte te engañó, porque Génova Nunca será Suave y mucho menos, la linda mar del Sur.

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Personajes

Estudiar literatura italiana te hace ver personajes del país de la bota por doquier. Más si uno se vuelve admirador del periodista Pereira, del estudiante necio Monteiro Rossi, de la mujer de “Los zapatos rotos” o, ya bien entrados en lo más aceitoso de la italianidad, de Sofía Loren, antítesis de esa mujer que habla de sus zapatos durante la guerra. La Italia reservada y la Italia explosiva. Dos ideas polarizadas de lo que significa cohabitar con lo más latino del continente al otro lado del Atlántico y aún así, no lograr entenderlos. Siempre gritones y de voz semi aguda, dos tipos de italianos: Zapatos rojos, medias traslúcidas o bronceado perfecto, falda de vuelo corta blanca, blusa con motivos rojos y blancos, cabello sin lavar pero con peinado perfecto. Perfume, bolsa a juego. Gafas obscuras. Al frente un espresso, y chico. Al lado perrito y bolsas Gucci. Chica en flats, shorts rotos, blusa blanca de hace dos días, cabello despeinado mal recogido, mochila con libros y ropa del fin pasado. Forjando un cigarro delante de chico que mira su celular. Ambas, hermosas. Aplica igual para los hombres. -¿En dónde están las papas fritas? Grita uno en el supermercado frente a los lácteos. El niño Kinder: pantalón de lona azul, camisa de lino clara y modales de príncipe no existe más. El italiano de los noventas pareciera que ve en la desfachatez el futuro de la sofisticación por la que tanto se desfallecieron los mecenas renacentistas. Un hippi trasnochado en sus veintes que busca papas y cerveza en el súper. Los profesores, al igual que seguramente lo habría hecho Pereira, miran el jarrón romperse y dan sin remedio otra bocanada al cigarro. -El curso pasado me aventé a 150 estudiantes repitiéndome en voz alta argumentos sobre Amuleto y Los detectives salvajes. Dice una profesora en español ibérico cuando se entera que puede practicar con la interlocutora de cabello negro su lengua extranjera predilecta. (Quizás los chicos están así gracias a las novelas que les dan a leer) me pasa por la cabeza mientras acepto que me encantó Amuleto y detecto que comienzo a alucinar el temperamento de la región. En la reunión: dos Pereiras, una semi Sofía y dos aspirantes a Pereira y Natalia Ginzburg platican o parlotean o gritan entre un respetable itañol sobre literatura latinoamericana. Enredo de bromas, tomadas de pelo, argumentos verídicos, todo ensalzado con lo que uno imagina, racionalidad no deja de ser “drama interesante” para la visita que ensueña con llegar a casa y contactar con alguien al otro lado del Continente que comprenda su propio temperamento. Personajes 1      Personajes 2

#SundayRoutine

Casi el medio día y me vuelvo a recostar en el sofá, cafecito en mano, prendo el Ipad y primera parada El País, luego The New York Times y ahí me quedo más tiempo. Lo leo desde 2009, nuestra relación comenzó revisando el estado del tiempo y viendo los videos de Bill Cunningham, un fotógrafo de moda, de la calle y de fiestas, muy reconocible por su saco azul y su bicicleta.

El domingo pasado me llamó mucho la atención una fotografía de una señora acostada en su cama con su laptop y el título decía “#SundayRoutine”, no terminé de leer el artículo, pero… ¿por qué tener una rutina de domingo? Cuando es el día que no uso reloj, despierto a la hora que quiero, me baño y no me depilo, pero uso una crema para el cabello y un exfoliante en la cara, y lo más importante tomo dos tazas de café.

Y así como voy escribiendo esto, resulta que el domingo es mi día con más rutina que los otros. Levantarse tarde y hacer todo en cámara lenta. Incluso tengo outfits de domingo, un par de jeans, unas camisas enormes y unos bras que son lo más cómodo del planeta.

Incluso tengo la rutina de los periódicos y revistas que leo (ya tengo la nueva edición de Vogue pero la disfruto más en domingo), prefiero pintarme las uñas ese día porque lo puedo hacer con parsimonia y seguir con la monotonía de hacer nada.

Punto atrás

Viernes por la mañana y mi agenda tenía escrito hacer un vestido, una actividad normal para dos amigas que estudian una maestría, escriben tesis y por qué no diseñar, cortar y coser.

En la tienda de telas las dos nos remitimos cuando estábamos en el colegio y teníamos que ir por este tipo de material, Liliana lo recordó con una sonrisa, yo había olvidado lo que era ir por telas, porque jamás fui a comprar para mí, las pocas veces que fui era por mi abuela o con una amiga. Nunca mandé hacer un vestido para las fiestas de XV y no tengo la remota idea de cómo tratar con una costurera, mi relación se limita con los sastres para que arreglen el largo de un pantalón.

Si alguna vez tuve contacto con una aguja fue para hacer un bordado de punto cruz, una serie de manzanitas que pasaron por mi mamá, mi empleada Antonia y mi tía María. Tampoco olvidaré el intento de tejer una chalina azul, de la que es muy fácil reconocer los nudos de Alba contra el tejido perfecto de Antonia.

Más de diez años después, puedo presumir que ya cosí una tela en forma de vestido con un hueco para la cabeza, dos laterales para los brazos y que tenía un patrón, es decir un diseño.

Confieso que yo no lo diseñé, lo hizo Liliana una amiga muy creativa, pero sí corté la tela, inserté el hilo en la aguja y voilà durante veinte minutos cosí y me sentí cual personaje de “Tiempo entre costuras”.

Mientras cosía la tela pensaba en lo espantoso que se iba a ver con la costura y en cómo iba a borrar las marcas del lápiz. Claramente ignoraba que lo estábamos haciendo al revés, por detrás, y no por delante.

Creamos el vestido menos sexy de la faz de la tierra con una tela pesada y caliente, el color de “miren ya llegué”, pero con un estilo de principios de los ochenta muy definido: un fantasma naranja de Pac Man.

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Eclipse infantil

La primera palabra que escribí de manera consciente fue el nombre de una prima. Después de escribir su nombre, a esa prima nunca la volví a ver, solamente permanece en mi recuerdo el rostro de una niña regordeta y mucho más grande que yo que no entendía mis juegos ni yo los suyos.

Aprendía lento. Las letras, los números, excepto los colores y la música, eran la angustia que me sobrevolaba por toda la escuela. Así que esa mañana de las vacaciones de verano, después de haber pasado todo un ciclo escolar sin entender por qué unir las letras si “así solitas se veían bien” adquirió sentido para toda la vida.

A-d-a. En minúsculas y en cursivas. La segunda palabra que escribí fue lo mismo, pero ahora con la A mayúscula.

(…) come quando si impara a leggere: rimani chino per anni su quegli incomprensibili scarabochi, finché un bel giorno i caratteri sembrano cambiare di colpo davanti ai tuoi occhi e acquistano un significato. /. La rilegatrice dei libri proibiti di Belinda Starling

Como aprender otro idioma los caracteres adquirieron un significado.

Era el verano del 91.

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***

Mi abuela y yo veíamos los tutoriales que pasaban en la tele para construir de manera casera las gafas y poder ver el cielo durante los minutos que durara lo que prometía ser el acontecimiento astronómico del país, el eclipse solar se vería en todo su esplendor en la Ciudad de México.

Se haría de noche en pleno día. Una noche compacta, fugaz, el temor de ir a la cama apenas visto con el filo del ojo.

“¿Me tengo que ir a acostar?” era la pregunta más seria que me pasaba por la mente.

A los seis años escuchar a los perros aullar, ver la ciudad encender las luces en pleno silencio y a los vecinos en el techo reunidos sin discutir y hablando cordialmente entre ellos, era todo un suceso.

-Ponte los lentes porque sino te vas a quedar ciega- dijo mi abuela mientras me acercaba las gafas de cartón.

Durante los demás años que duró mi infancia, atribuía mi pésima vista a los pocos minutos que duró esa noche por haber visto al cielo sin aquellas ridículas gafas puestas sobre la nariz.

También creía que un día amanecería viendo bien y creía en las historias de un niño del salón que haciendo unos simples ejercicios de vista había recuperado al cien por ciento la visión. Una mañana también creí que había amanecido con la vista correcta cuando en cambio había olvidado quitarme la noche anterior los lentes de contacto, era la primera vez que dejaba de usar las gafas.

Aprender a escribir, usar lentes por ver mal y el eclipse, fueron acontecimientos en mi vida. Podría decirse, pilares.

Juntar tres letras en lo que iba de ese verano me dejó dilucidar lo atrasada que iba de mis compañeros. Encontrar respuesta a lo mal que me iba en la escuela hasta quinto de primaria se debía a mi pésima visión y el eclipse me dio pie a entablar conversaciones con desconocidos. Relacionar las tres cosas a la edad de los once años deja un mal sabor de boca pero conforme pasa el tiempo y relacionas esas tres variables, te hace comprender que a algunos nos toma tiempo aprehender lo que sucede alrededor y que “eso” también está bien. Entonces envalentonada para cortar los silencios que delataban la incomodidad de la hija única me acercaba a los amigos de mi madre y a los niños de mi edad y cuando ya había algo de confianza soltaba la frase:

-“Y tú qué hacías cuando el eclipse del 91?”-

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Formas de pedalear

“O la encuentras ahora o no la encontrarás nunca” dice un oráculo a Antonio Ricci en El ladrón de bicicletas.

En Bolonia, de un promedio de 230 bicicletas se roban al día unas quince o veintidós. De esas quince o veintidós, la policía, harta de que su trabajo principalmente consista en buscar bicicletas, encuentra tres como máximo. ¿A dónde se van las demás bicis? Un poco más de veinte kilos de fierro desaparecen en el aire.

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Tener una bici y que te la roben es un acto de iniciación. Nunca olvidas aquella bici, “La bici robada” y puedes llegar a idealizarla: “Una vez mi madre prestó una bici mía, la más cara, la mejor, la recién comprada. Nunca volvió».

En Bolonia, la gente respeta al que anda en bici. Es casual estar frente al escenario de la típica chica despistada que trae a cuestas sin saberlo, una fila entera de autos liderada por el autobús 11C que va por la calle principal en hora pico. El chofer, pacientemente, inmutablemente espera a que la chica se percate y se mueva al carril destinado exclusivamente al de las bicis. Nadie dice nada. Pero ese respeto que incluye el respeto al ser humano, no incluye del todo a la bici como objeto.

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“Bolonia, la ciudad estudiantil donde se roban las bicis”

Podría bien ser la leyenda con la que dan la bienvenida al extranjero. Normalmente uno va por la calle y se encuentra ingeniosos letreros hechos a mano y al momento, de estudiantes que piden a un desconocido perpetrador de bicicletas, se la regresen.

Uno ve candados para bici en las tiendas y la segunda vez que los ve, éstos hacen las veces de cadáveres extendiendo su mano, sostenidos con su último respiro de un fierro donde alguien perdió su bicicleta.

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-Hay países en donde por menos, los coches te aplastan-

El sujeto no entendió, o no comprende la brutalidad de la frase o piensa que vengo de otro planeta.

-No vengo de otro planeta; tenemos las mismas cosas, lo que cambia es la forma en la que se hacen las cosas-

No entiende.

-Mira, es como en El ladrón de bicicletas sólo que en vez de ir a la cárcel porque te confunden injustamente con uno que roba bicicletas, los autos te pueden llegar a atropellar injustamente, por andar en bicicleta-

No entiende.

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Una mañana la noticia con la que despertaron los defeños fue que un conductor borracho de la noche de fiesta del sábado, atropelló a varios ciclistas en la avenida de Chapultepec. Era cuando apenas habían implementado los domingos como fecha para que los ciclistas usaran las calles del DF.

En varias ocasiones, hemos escuchado sobre ciclistas que mueren atropellados en accidentes que se generan entre ellos y los automóviles.

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-En México te pueden robar una bicicleta, porque básicamente, en México roban todo. Pero más bien, lo peligroso es la brutalidad con la que la gente trata a la demás gente. Como si no existiera, no fuera importante, no interesara la vida de los demás.-

Es inútil hablar de México.

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En el Museo de La Historia de Bologna se habla de la conformación de esta región desde los Etruscos. Primero fue Felsina, después Bononia y a lo último, Bologna. Las torres, que eran muchas, servían en el Medioevo para defenderse de las invasiones y conflictos dentro de la ciudad amurallada. Después llegó Napoleón, después se fue Napoleón y llegó Giosué Carducci a dar clases a la Universidad de Bologna en 1888, año en que se le reconoció como la Universidad más antigua del mundo. Todo eso y más mientras construían y tiraban muros, torres y edificaciones con tal de que Bologna entrara dentro de los estándares de la Modernidad.

Después llegaron los fascistas. Llegaron es un decir, emergieron. Y emergieron a la par, los partisanos.

La bicicleta era un medio de transporte clave para los partisanos. Especialmente para las mujeres que encubiertas bajo el hecho mismo de ser mujer, en un inicio, no pasaban como sospechosas. Después las comenzaron a buscar y a torturar igual que a los hombres.

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“Igual que a los hombres”

“No sé nada sobre estudios de género. Concibo a las mujeres que se autodefinen como feministas como guerrilleras de clóset.”

Se puede muy bien escuchar de la boca de Constanza, cuando habla con el nulo conocimiento que tiene sobre feminismo.

Pero Constanza es mujer y ha vivido en carne propia la desigualdad de ser mujer en cualquier parte del mundo y ha vivido ambos lados del machismo. Así que excluir a las feministas de su vida, sería en teoría, atentar contra su propia integridad.

Pero en su mente las excluye porque le caen gordas.

En el video donde diez mujeres sobrevivientes dan su testimonio y narran sobre su experiencia como partisanas de Bolonia (Bolonia se caracteriza por ser tierra de partisanos) hay una de ellas que articula el precepto básico de la lucha de las mujeres por la igualdad: “Ser partisano significaba ser igual” y la mujer, igual que todas las partisanas, nunca se había sentido “igual”.

Y parafraseando el testimonio, continúa así: no había un hombre al que le pidieras permiso. La opinión y aprobación del padre y los hermanos no existía. Las mujeres debíamos decidir al momento nuestras propias acciones y repercutían en los demás, mujeres y hombres.

Y estas mujeres que atravesaban el campo con armas sin seguro, bombas dentro de maletas, ropa para el invierno y cuanto pudieran de comida, lo hacían con sus bicicletas. Una de ellas cuenta cómo mientras un grupo de tanques comenzaba un bombardeo, lo único que mantuvo contra su cuerpo protegiéndose y protegiéndolo bajo un muro, fue la bicicleta. –Tenía que recorrer 50 km. de regreso, la bici era un objeto preciado.-

Su vida corría peligro de manera constante pero ellas defendían primero su bici porque sin la bici no lograban transportarse. Entonces la bici significaba, en un muy reducido grado, libertad.

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¿Acaso la guerra te vuelve más real? Una nación que pasó de ser brutalmente atropellada respeta la vida de los demás. Robar una bici, objeto de salvación para muchos en distintas épocas se restringe en la actualidad a “me robaron mi bicicleta,” y la gente consigue otra. En los países te roban una bici pero no roban vidas por usar una bicicleta.

Lo normal no es vivir en guerra.

Lo normal no es llegar a “ser igual por vivir una lucha común”.

Lo normal no es atropellar gente que va en su bicicleta.

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Luego viene la parte personal en donde uno reflexiona sobre la bici que no ha movido en más de seis meses, la bici que dejaste en casa del novio, las bicis que no te importaron perder porque la dejaste en casa de alguien al que no quieres más: “pero que te regrese la bici” dice una chica a la que cuenta, terminó con el novio y olvidó su bicicleta en su casa.

Perder la bici o perder la vida en bici o perder la dignidad por no defender la vida en bici:

“O la encuentras ahora o no la encontrarás nunca”

Escrutadora es una palabra muy fea

Me negué a poner la alarma a las 6, sonó 7:02 y no me bañé.

Desde la noche del sábado estuve dándole vueltas al color de mi ropa, incluso los zapatos. Obvio olvidé mis aretes y crisis.

Opté por negro total y un suéter de abuelito con estampado color rosa y negro que sólo usé un par de horas, hasta que salió el sol y subió un poco la temperatura.

Pensé en un jean azul pero no quería ser del PAN, en una camisa de leñador rojo con negro y tampoco quise ser del PRI o con los colores de la huelga. Blanco no fue una opción porque no tengo esperanzas con este gobierno y no estoy en paz con con lo que sucede. Así que negro luto, negro decepción, pero negro con estilo.

Mis converse rojos no entraron a la ecuación porque no quería que me tomarán por una pequeña revoltosa; mis botas largas menos, porque tampoco quería ser la fresa, así que decidí ser una luchadora con mis botas wannabe Dr. Martens.

Mi hermana me trajo los aretes (le indiqué cómo estaba vestida) y la armonía regresó a mi vestimenta.

Veo la tele y Denise Maerker trae un saco negro divino, con olanes alrededor.

Creo que fue una buena decisión el negro.

Personal Post

Viajar sin enfermarse no es viajar; o al menos cada célula de mi cuerpo lo interpreta así. Pensar un destino, comprar un boleto, planear el viaje; la vida desde el vidrio del computador se vuelve ventana de un cuarto de hotel. Dos vistas similarmente contemplativas.

Cuando uno enferma pasa las vacaciones viendo a los compañeros alejarse recomendando “No-Salir” “Tomar cosas calientes” bajo la improbable situación de “Mejorar para pasado mañana”.

Pero las células se toman su propio tiempo y las emociones también y para cuando los amigos ya han conocido, han regresado y se convierten en otros a uno le toca entonces cambiar de ciudad, de cuarto y de ventana. Y ellos cambian de actitud, de certeza y de animosidad. Se hartan.

A mí me pasó eso las vacaciones pasadas, las antepasadas y éstas.

***

Tengo una amiga a la que le va peor.

Ella, que es feliz pero se enferma, que es y está sana pero se enferma, advirtió a su novio desde el inicio: “Debes cuidarme”. Varios se habrían ido. Pero él se quedó y están juntos desde hace poco más de diez años y las enfermedades de ella si bien no son graves, no paran: gripas que se vuelven infecciones, dolores de espalda que de pronto se convierten en intolerancia al gluten, intolerancia al gluten que se vuelve un estilo de vida. Su última y única pelea que casi los separa fue en un viaje al extranjero por no poder compartir restaurante y aún así, su fecha de boda es en agosto.

***

La primera vez que me enfermé con alguien fue siempre. Pasados los años me convencí de que así era la vida y hasta hace poco logré enfermar solamente cada tres o hasta siete meses logrado también disimular su seriedad esforzándome por pasar desapercibida, aminorando el malestar, anulándome.

“Es una gripa pero me siento bien”

Si antes la enfermedad venía en forma de censura a la expresión, a las palabras no dichas o al regaño sin lograr responder, ahora pareciera manifestarse en momentos donde debería despreocuparme. Y la garganta se lacera/duele tragar, se inflama/cuesta respirar, y uno cae en cama/trato de evitar la cama.

Dicen que en los viajes aflora la verdadera personalidad. Antes de tomar el vuelo visité al médico: me dio pastillas, antibióticos y un inhalador; yo compré jeringas, busqué en el cajón el líquido para destapar la nariz y acepté un Vaporub.

Después diez horas de vuelo la garganta pasó a segundo plano, los oídos por primera vez desde mi infancia se hicieron presentes en dos aterrizajes dolorosísimos y un inaudible traslado en tren.

***

La gripa ya pasó.

No escucho del oído derecho.

Vamos mejorando.

Now you may kiss the groom

boda sumin

El sábado pasado viajé a Boston a una boda de una gran amiga, Sumin, quien fue mi romie cuando estuvimos de intercambio en la New York University.

Ella es de Korea, y Mikkel, el novio, es de Dinamarca. Se conocieron en el intercambio, y para ser más exactos, eran vecinos separados por un pasillo. Prometieron charlar por Skype, viajar a sus ciudades y por qué no estudiar juntos un posgrado, casual, en Harvard. Estoy segura que en un par de años serán doctores muy exitosos y probablemente tendrán hijos que hablarán tres idiomas y escribirán en alfabetos diferentes entre sí.

Para la boda llevé dos vestidos, uno que ya había usado en otra boda, pero que habían pocos rastros digitales en las redes, y otro rojo, que me rehusaba a usarlo porque se arrugaba y estaba corto. Al final, Isa, otra amiga del programa de intercambio, me convenció por el rojo. Invertí un par de dólares para que lo plancharan y otros para que me peinaran. El resultado fue divino y la ausencia de tela no la extrañé.

Un chardonnay por acá, otro por allá.

No fueron los tacones los que hicieron que estuviera derechita toda la fiesta, fue meter mi inexistente panza todo el tiempo para que no rozara con la tela y no hubieran huellas de la humedad del jardín botánico donde se llevó a cabo la celebración.

Bailé muy poco, costumbre gringa.

Tomé a gusto, gracias Uber.

Y disfruté ser la chica de rojo.