No olvidaré la música durante los paseos que dimos en su segunda patria.
De tres, de un concierto a hurtadillas, atrás del Englischer Garten éramos dos los que hurtábamos asomando la cara por entre las rejas de un ordenado y laberíntico perfecto jardín.
Que ese no era el Englischer Garten; pues a mí me lo pareció.
De noche, en jeroglíficos, con cansancio, todo aquello no podía ser otra cosa las piedras de río crujiendo bajo mis pies.
Llegué por primera vez a Munich creyendo que la música del parque eran los cd’s que de chica escuchaba frente a las barras en las que dejé todo el ballet que mi desgastada adolescencia resistió.
Rigidez que da soltura es perfección.
Todo lo alemán, está bien hecho.
Y sí, supongo que él, que se hizo en ese suelo también, a veces, lo es.